domingo, 19 de octubre de 2014

HISTORIA DE LA MILAGROSA APARICIÓN DEL ARCÁNGEL “SAN MIGUEL”

Y ÉL DIJO: “YO SOY VUESTRO PATRÓN...”
Fue allá: en un tiempo ya perdido o confundido por el nubarrón de los años y que data la historia de los comienzos del año 1534 cuando recientemente fue fundada la ciudad de San Francisco de Quito; en ese tiempo que está envuelto por las marañas del olvido; en ese tiempo que reposa tranquilo en el sepulcro del recuerdo; allá cuando el pueblo comenzaba a formarse iluminado por las leves auroras de su incierto destino y solo un horizonte colmado de ilusiones dejaba ver la placidez de un nuevo día; por ese tiempo cuando nuestra ciudad de hoy era el bosque solitario y triste en el que dormía tranquila la esperanza del mañana, y nuestro parque en el que ostentan orgullosamente: rosas, margaritas y jazmines su gama de colores y sus portes majestuosos, eran el rústico y mal labrado terreno destinado al cultivo del plátano, la yuca y el café; todo ello cuidado por su amante y celoso labrador que vivía allí: con sus recuerdos, anhelos y esperanzas bajo el amparo de su Dios: Protector, Caritativo y Bueno que guiará por el derrotero del bien, del progreso y la grandeza a un pueblo aún sin nombre.
Llegaron muchos días hasta sus crepúsculos, pero llegarían otros y volverán más con nuevas auroras y el bosque solitario y triste convertido está en el hermoso y pintoresco caserío. Un buen día de esos días irradiantes de sol y de hermosura, un campesino cuyo nombre está grabado en el calendario de nuestra fe, cruzaba silencioso sin más música que el chasquido de su machete y su pisada segura y firme sobre la hojarasca; pero este silencio espiritual fue interrumpido por el ruidoso aleteo de un “dios te dé” que llegaba a posarse en su nido, alzó su mirada en busca del ave y contemplo exhorto que sobre la cúpula de los árboles, como aureola de paz, jugueteaba una nubecilla blanca, que al vaivén del cincel del viento poco a poco íbase transformando en la augusta valerosa y divina imagen del Arcángel San Miguel.
Ante esta celestial aparición, el modesto pero feliz campesino dejóse caer de rodillas, mientras que en el cielo un coro de ángeles entonaban ¡Aleluya Aleluya!, y en el bosque las aves coreaban con sus dulces cantos la canción más tierna, la canción de amor por el divino advenimiento.
En este ambiente de tanta divinidad y grandeza surgió la tierna y dulce voz del Arcángel, dando su primer pregón a su naciente pueblo, que desde allí comenzó a llamarse San Miguel, a quien le decía: “YO SOY VUESTRO PATRÓN Y EN ESTE SITIO QUIERO SE ME CONSTRUYA MI TEMPLO, Y, A SI CON MI AMOR AGUARDARE LA FE DE VUESTROS HIJOS Y CON MI ESPADA LIBERARE LAS ARTIMAÑAS DEL DEMONIO”, ante esta sagrado orden levantaron una pequeña capilla, a las que cubrieron de paja y la adornaron con hierbecillas humildes, agradables y castas; con cándida y nevadas rosas y un multicolor de flores de nuestro clima, de cuyos pétalos vertían delicados aromas que saturaban al aire embalsamándolo de dulzura y fragancia infinita; en la que veneraron por largo tiempo una pequeña imagen que hasta nuestros días se conserva intacta.
Así como crecía el pueblo se aumentaba la fe y fue el año que cifra el calendario como 1808, ya erigida la parroquia de San Miguel y teniendo Párroco propio, sus pobladores pensaron en adquirir una imagen más grande, más hermosa, más esbelta, como aquella que apareciera sobre los ramales y se cifrara para siempre en nuestras almas; en común acuerdo con el Párroco Dr. Pío Chico pensaron en plasmar en realidad este santo anhelo y recolectaron dinero para mandar a comprar una efigie; más un día cuando el sol bajaba a anidarse allá tras montañas, llegaba a la plazoleta una mula parda, altiva, briosa y descansada, la cual paróse en medio de la plaza, miró a su contorno y dejóse caer lentamente como que pensaba que podía hacer daño a la carga que llevaba; pasaron minutos llegaron las horas y los pobladores: caritativos, honrados y buenos se preguntaban entre sí: ¿De quién será está mula? ¿De quién será está carga?, dónde quedaría su amero.
Llevados por una justa y natural curiosidad, acercándose a ella y viendo que su dueño no asomaba y el manto de la noche comenzaba a cubrir la Parroquia, los buenos moradores compadeciéndose de la acémila, bajaron su carga y en voz alta comentaban: ¡esto no pesa nada, estos cajones deben estar vacíos: más la mirada inquieta, pura y penetrante de un niño, descubrió que en su interior reposaba la irradiante imagen de un Santo; ante esta sorpresa, llamaron a su Párroco, quien entusiasmado y con inspiración divina ordenó que se abrieran los cajones, Oh feliz y santa sorpresa, la fe de los niños se cubrió de alegría, los ojos emocionados de las madres se colmaron de lágrimas y el alma de sus hombres se llenó de candorosa fe y todos al unísono exclamaron: Sí es nuestro Patrón, esto es un milagro, esto un milagro.
Era el mes de Septiembre de 1808. Transcurría apenas dos días de este feliz acontecimiento y la santa noticia se propagó por toda la aldea y todos los campos; nadie se quedó en su casa, todos venían a venerar a la portentosa imagen, que irradiante de belleza de dulzura y de poder infinito imprimía en el corazón de su pueblo nuevos horizontes de esperanza; en eso arribó hasta el poblado un comerciante colombiano quien se sorprendió al ver a su mula y sobre todo a la efigie que traía y acercándose confuso y asombrado al Párroco le dijo: “no comprendo la misteriosa llegada de mi mula hasta este caserío, ella se me desapareció hace dos días en una mañana irradiante de sol, por un instante pensé se me había adelantado en el camino y aceleré mi paso pensando alcanzarla, dominé la agreste cordillera más todas mis esperanzas e ilusiones se perdieron confusas cuando miré a lo largo del valle y solo me encontré con las sombras de la nada; en fatigosa jornada he llegado hasta aquí y estos felices y alegres moradores me dan la sorpresiva noticia que la mula con su santa carga apareció y está aquí hace dos días”.
Esta narración deja atónito al pueblo y a su Sacerdote mientras el arriero entusiasmado y alegre reclamó al cura Párroco su santa carga y su acémila. El buen pastor recogiendo y sintiendo la fe de su grey alzó su mirada al cielo, invocó a Dios y dejó en manos de la Divina Providencia su santo designio; el buen arriero vio la mirada angustiosa del Párroco y la santa alegría de un pueblo y prefirió desobedecer el mandato del presbítero de Bodegas (hoy Babahoyo): quien le había ordenado el traslado de la efigie, y tan solo llevóse la mula, la noticia del colombiano de haber dejado en San Miguel la hermosa imagen irritó el temperamento del presbítero, quien de inmediato armó caravana con su feligreses y se trasladaron a San Miguel. Allí confeccionaron un anda, en la que colocaron la efigie para trasladarla. Era una mañana oscura y cubierta de neblina, el acorde de una vieja campana dejaba escuchar sus lamentos, que mezclados con la triste música del llanto de los niños, la queja dolorida de sus mujeres y el tropel quejumbroso de sus hombres partía la imagen acompañada de su pueblo que con los corazones destrozados conducía la preciosa anda a dejarla por lo menos un trecho del camino; al llegar a “Pishcurco” creyeron haber terminado su santa misión, bajaron y destaparon sus ojos para que mirara por última vez al pueblo que tanto lo quiso y despidiéronle con veneración y amor. Los foráneos feligreses de Bodegas intentaron cargar el anda; más todo humano esfuerzo fue inútil, la frágil y liviana anda se había transformado en un incalculable peso y como que se hubiese incrustado en el corazón de la tierra, no la pudieron mover. Pasaron las horas en vanos intentos, más la imagen no quería alejarse de su pueblo mientras en el horizonte de la costa, densas nubes anunciaba la proximidad de una tormenta; en cambio el cielo de San Miguel lucía claro, limpio y puro; era la Providencia Divina, que estaba definiendo este dilema.  El señor presbítero de bodegas, iluminado por la santa voluntad de Dios, explicó a sus feligreses esté acontecimiento milagroso y decidió dejar para el templo que él había decidido ser venerado eternamente.
Una corriente de felicidad y alegría envolvió a todas las almas y en jubilosas voces contaron místicos cánticos. Alzaron el anda, que como copos de espuma flotaban en el mar de hombros, de ancianos, de mujeres y niños y retornó la efigie a su pueblo querido.
El crepúsculo de aquella tarde fue testigo de la fe, del amor y la veneración sagrada que a través de más de una centuria tiene San Miguel para su Patrón: porque Él es pródigo para con su pueblo, porque de Dios es el Capitán de sus Ejércitos; Guardián de sus tesoros y Centinela de los alcázares celestiales.

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Tomado del Semanario Bolivarense: EL AMIGO DEL HOGAR (28/09/2014)